Un repaso por nuestra historia
PREHISTORIA
La arqueóloga e investigadora tafallesa Rosa María Armendáriz, aporta en el número 32 de Panorama, dedicado a Tafalla, interesantes datos sobre la época prehistórica. El estudio arqueológico de 1998 con labores de prospección destinadas a la elaboración del Inventario Arqueológico de Navarra (IAN) ofrece información sobre 60 yacimientos, además de 33 hallazgos aislados.
Datados los primeros en el Calcolítico (Eneolítico), con una antigüedad de entre 4.500 y 3.700 años, se trataba de asentamientos humanos de carácter temporal: habitantes de cabañas que explotaban los recursos naturales inmediatos. Aquellos primeros pobladores se ubicaban en las tierras de Candaraiz y Romerales, al abrigo de las ondulaciones de las estructuras salinas (diapiro).
Los asentamientos de la Edad del Bronce (2200-900 a.C.), similares a los precedentes, ofrecen algunas características peculiares en cuanto al empleo –escaso- de elementos metálicos. Hasta la Edad del Hierro (900-350 a.C.) no se puede hablar de núcleos estables. De los ocho enclaves de la época, destaca el de Valmediano, auténtico poblado fortificado o el de Romerales, en el que se revela una continuidad de asentamiento desde la Edad del Hierro a la época romana. Los 15 establecimiento romanos localizados se concentraban en el Busquil, extendiéndose hacia el sur por La Pedrera, La Recueja, Los Cascajos y El Escal, en pos de las tierras llanas y la cuenca del Cidacos. En el paraje de La Lobera se localizó una lápida funeraria de elevado valor epigráfico, con el nombre indígena de Thurscando; la peculiar piedra se puede apreciar en la Casa de Cultura de Tafalla.
DE LA EDAD MEDIA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX
Si contemplamos la situación topográfica de Tafalla en uno de los caminos y accesos hacia el interior de Navarra y tenemos en cuenta las casi constantes luchas entre los reyes de Navarra y Aragón, así como con los mulsumanes, durante la Edad Media, puede aventurarse la hipótesis de que Tafalla surgió como núcleo urbano en torno a una estratégica fortaleza construida en el cerro de Santa Lucía, para impedir el paso a los invasores. Las primeras referencias históricas se remontan a principios del siglo X, escritas en la crónica árabe de Aben Adhari, sobre la expedición de Abderraman III, contra el reino de Pamplona, gobernado por Sancho Garcés y Doña Toda.
En el año 1043, tras derrotar a Ramiro de Aragón, don García de Nájera otorgó a los tafalleses el título de “muy nobles, muy leales y esforzados”. La batalla tuvo lugar en los campos de Torreta y Barranquiel, próximos al alto de San Gregorio, donde se ubica la ermita del mismo nombre.
Con el Rey Sancho VII el Fuerte, los tafalleses participaron en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212 y acompañaron un siglo después al rey Teobaldo, en la cruzada a Jerusalén.
Con Carlos III recorrieron en triunfo el mediodía francés y con el hermano del monarca, Luis de Evreux, participaron en la expedición navarra a Oriente.
Sancho Ramírez, por su parte, otorgó a Tafalla sus primeros fueros, que fueron confirmados por Sancho el Sabio en el año 1157, posteriormente por Teobaldo II en 1255 y por Carlos II un siglo más tarde. Este último monarca en 1367 donó a la ciudad los términos de la Sarda, el Saso y Candaraiz.
El año 1418, el monarca Carlos III concedió a la ciudad el privilegio de celebrar feria y en 1423. Tafalla recibió del mismo monarca el título de Buena Villa a instancias de su hija doña Blanca y eximió a sus habitantes de toda servidumbre al hacerlos francos y ruanos con asiento en Cortes. En 1436 el rey Don Juan los unificó a todos aforándolos bajo el Fuero General y declarándolos francos a perpetuidad.
En el siglo XV Tafalla luchó en favor de los derechos del Príncipe de Viana y en los últimos años del Reino estuvo decididamente al lado de los reyes legítimos en defensa de la independencia del Reino frente al invasor Fernando el Católico.
En 1630 Felipe IV separa y exime a la villa de la Merindad de Olite y en 1636 le otorga el título de Ciudad con asiento en Cortes.
En el plano urbanístico se distinguen varias zonas bien diferenciadas, localizándose el primitivo asentamiento de Tafalla en la ladera meridional de la colina de Santa Lucía, frente al monte Ereta. Este núcleo originario es el actual barrio de la Peña que incluía ya una parroquia de Santa María. Sus calles largas y sinuosas atravesadas por otras con fuerte pendiente se circunscriben a la topografía del terreno, que estuvo dominada en la cima de la colina por un castillo fortaleza, hoy desaparecido, pero del que hay noticias desde tiempos de Sancho Ramírez.
La primera “Edad de Oro” de la ciudad tuvo lugar a partir del S. XIV cuando su superficie se duplica en torno a las parroquias de Santa María y San Pedro, y a lo largo de la calle Mayor ciñéndose de fuertes murallas. Coincide este amurallamiento con la construcción del palacio real, cuyo esplendor debió correr parejo con el de Olite puesto que su construcción se llevó a cabo inmediatamente después, también bajo Carlos III.
La Edad Moderna asiste en Tafalla a la demolición del recinto murado, tras la conquista, pese a lo cual la ciudad se mantiene dentro de sus límites medievales.
Durante la guerra de la Independencia su estratégico asentamiento y su proximidad a Pamplona le convirtieron en plaza importante, que los franceses se apresuraron a ocupar (1808) y fortificar. La ciudad fue convertida en cuartel de los ejércitos durante la “francesada”, Cruchaga en 1811 y Espoz y Mina en 1812 y 1813 penetraron en ella, el último y en la última fecha de manera definitiva, tras un asedio en el que el guerrillero navarro ordenó bombardear la ciudad, destruyendo las fortificaciones del convento de San Francisco y los últimos restos del que fuera palacio de los Reyes de Navarra.
Un papel semejante -de antesala principal de Pamplona – desempeñaba Tafalla durante las guerras carlistas.
Durante la primera, los gobernantes liberales de la región consideraron más seguro emplazar aquí la cabecera del partido judicial (1836) que tenía Olite y así quedó definitivamente.
En los dos últimos tercios del siglo se dieron los pasos necesarios para dotar a la ciudad de los servicios urbanos modernos; se instaló alumbrado público con faroles de petróleo (1843), se establecieron los serenos (1846), se construyó la Plaza Nueva (1856-1860), se inauguró el ferrocarril que une Pamplona y el Ebro (1860), el telégrafo (1862), se abrió en 1866 el puente que salva el río Cidacos para enlazar la estación y la ciudad y se instaló años después el tendido eléctrico (1895). Entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX se habían abierto los Casinos Español y Nuevo, se habían organizado líneas de autobús y se habían instalado dos centros de enseñanza.